domingo, junio 18, 2006

Versículo de culebra


I. Ondulaciones (avanzar)

Erguida yacía a veces
sobre una estrofa de piedra invitada.
Se raspaba también el cuero
mientras descendía de las copas.
Vino caía hasta la planta del único pie,
rodeándose la acolmillada lengua.
Se deslizó a través de enlosada ciénaga,
fogueando las elevaciones de mis cejas,
lo alicaído del ceño mozo,
acránica sibilaba sobándose las no manos,
pululando incógnita frente a mi dorso.

Y me dirigió la palabra, espontánea y siseante;
como es lo habitual me sorprendí sólo un rato,
al escuchar tan reptante animalesco idioma,
que entendí a pesar de haber olvidado las orejas.
Por entender sus boludeces además,
y las pausas que sin pausas cometía.

Me contó entonces de cierto mesiánico mentor,
que meaba lava y otros zumos,
y me pensaba de poder angustiado,
megalomanía de colorado ermitaño.
Con desdén contesté "bebe conmigo",
o bien vete que adefágico asaría,
para aliñar tenue mi merienda derretida,
el cascabel que se te cuelga de la infancia,
los segmentos de tu cuerda mal parida,
y hasta el viscoso sendero de tu arrastre.
No prosigas tus ingenuas intentonas,
nada consigues con tus setas y tus zetas.



II. Autómata (repetir)

Y pues que no aventuraba fuera tan paciente,
ya distendió su monólogo abrasivo,
farfullaba en gas con vagos ademanes,
verborrea sin tenor y sin desplante.
Le di el dato de cierto volcán acto seguido,
en cuyo cráter lavaríase las babas.

Y qué me vienes tú lampiña a incitar,
si es mi lengua más viperina que la tuya.
Qué es lo que te ha dado ese ficticio maestro tuyo,
salvo esos colores excelsos que de tu lomo brotan,
salvo ese veneno con que te drogas incansable.
Unéteme pues, termina tu diatriba,
portentosos brazos tal vez te crecerían,
con los que arrancarás el juguetito de tu rabo.
Añejo abdomen que reemplace los anillos,
dentadura para besos procedente,
engarzadas coyunturas de cartílago.
Basta de ingestas ratónicas,
basta de moradas pedregosas,
déjame convencerte con infiernos más reales,
que aquél que te concibió desde llamas muertas.
Ven a corretear con otras lanudas,
embiste alces mastodontes, pejerreyes derrocados,
deslenguadas aves de irisados mostachos,
domemos también enigmáticas criaturas.
Torturemos basiliscos en casas de espejos,
comamos comadreja al palo al cantar el alba,
si acaso fuerzas te faltaran,
te serviré yo de muletas.
Mecenas y paria y siervo,
amigo, padre y rotor,
hasta te presentaré a algunas mujeres
de lo híbrido fetichistas,
hasta al gusano de Lambton
cuyas rebanadas desfileteé ayer.



III. Esqueleto (terminar)


La culebra se retorció extraña,
un puñado de instantes por los suelos,
y caminar decidió conmigo,
como destino las promesas de manjares.
Mientras trataba de sonreír,
con músculos del rostro todavía vírgenes,
soltó un suspiro de paz;
felicidades le colmaron el delgado semblante,
cuando puse mi palma en su especie de hombro,
te ofrezco una vida, decídete ya.

En el momento de necesaria convicción final,
noté lamentablemente ese dejo de duda,
ese maldito pestañeo endémico
de un ser ignorante de confianzas,
el mismo dejo que yo no tuve,
para cercenarla en equidistantes trozos.

Mientras comía caldo de serpiente,
el so called diablo, alias verso,
se puteaba por no existir, incierto,
por no poder finiquitar su odio sorbiendo sopa
y abrir paso a neonatos aspavientos,
revoloteando conmigo insano ileso
junto a manadas mas otra fauna,
tiritando acezando satisfecho.

De la sierpe sólo queda el armazón.
De ideas viejas, ya ni eso.


(2006)

viernes, junio 16, 2006

Acusma del no oyente




Se habían despedido una vez más,
pero él la seguía viendo.

Cómo si tuviera una cámara sobre ella,
seguíale los pasos con encuadres académicos.

La miraba mientras se rascaba la espalda,
la cara, las nalgas, cogitabunda.

Observaba el rostro de ella al masturbarse,
remembrando siempre con una sucia foto
que guardaba en uno de esos libros que,
de seguro, nadie tomaría desde el estante.

La veía cantando desnuda,
o lustrando el anaquel o el bruñido piso.

Reía enternecido cuando ella detenía las películas,
para disparar sus cámaras internas.

De basura reciclable,
de monólogos grandilocuentes.


Por qué aún así la veía más rodeado de ella,
si vigilantes se erguían sus cameos en la pieza.

Por qué aunque siguiera siempre frente a sí,
no se aburría aun si lo necesitaba.


Umbrátil se sujetaba la cabeza
mientras se deleitaba con sus venires opulentos.


Ella terminó entonces la transmisión,
pues todo esto en realidad lo había él oído.
Le acusó de voyerista,
aunque todo esto en realidad lo había él oído.

Se había despedido una vez más,
esta pareja de ciegos,
que lúdica imaginaba,
alucinares ya coevos.

Accésit primordial
de los vítores, del jadeo.
La piogenia de los ojos,
la platea silente.
Deliremos pues.
Cómo suenan estos huesos.

Dejaron luego de verse y oírse,
de degustarse con yemas y papilas.
Pero se respiran y se respiran,
fragancia no les queda ya en los cuerpos.

Lo había logrado.
Se despojó de ese vórtice y catalejo.

Se acordaba de ella ahora por esencias,
pues sabía no alucinaría olores,
con ella estaría solamente
cuando ella estuviera.


Se habían despedido una vez más,
pero él la seguía oliendo.


(2006)