miércoles, enero 14, 2009

Todavía páginas




Dejando el vaso sobre la mesa -llénese con lo que desee-, dejó un momento al fin de mirar el libro mismo, un libro verdadero, ese volumen ancho de tapas de imitación de cuero y malísimas notas editoriales en la contratapa o el reverso y prólogos eludibles y vestigios de lecturas anteriores y garabatos y sobre todo lleno de papel -basta abrirlo para corroborarlo-; dejó de palpar con las yemas las páginas rugosas y admirar la tipografía políticamente correcta y prolijamente impresa, de especiar el relato con sus vivencias y de seguir por su sendero cuesta abajo.
Empezaba a desplumarlo y faenarlo y desmembrarlo y condimentarlo. A beberse el ñache tibio, a la espera de continuar el relato que lentamente se doraba en un quincho de un fuego también tibio pero que se guardaría por varios días en bolsillos y estantes, inadvertido pero a la vista como dentro de una canica, y tendía a ahogarse allí donde es natural, en las vueltas de página y en las esquinas dobladas y en los errores y en esa típica palabrita oxidada y en los cambios de marcha y en el recuerdo y en el pensamiento volátil y antojadizo.
Pero respiraba, y empezaba a pensar en esa playa sobre la que leía, escenario solitario y castigado por continuos relámpagos y olas embravecidas queriendo tocarlos o verlos, habiéndola imaginado de tal forma que cuando recordó que había tantas playas y relámpagos y configuraciones posibles, intentó pensarla bajo el cuadro definido pero amorfo de cada una de esas otras realidades tan probables y circunstanciales, diferenciables y comunes, una península por allí y un botecito golpeándose contra las rocas por allá, o ningún botecito ni roca ni península pero sí una gran planicie en que las olas y los relámpagos venían armónicamente y como dos barridos vibratorios de complicidad inquietante, pero esas otras playas posteriores le resultaban irremisiblemente poco digeribles, insulsos paisajes donde la falsedad se coludía con la belleza mostrando portentosos escenarios pero donde la acción de los besos y el calor se volvía fraudulenta, donde el cuentito ya no funcionaba trasladado a esos otros parajes inconcebibles a los que no pertenecía y donde las imágenes y el olor de la relectura ya no parecían propios ni auténticos, y eso que el papel seguía ahí.
Mientras se bañaban bajo la lluvia le quedó inalterable la sensación de que se mojaban menos en el agua misma que habiéndose degustado inmersos en esa estridente interfase, allí donde ahogarse y sofocarse no era natural, y no lo era ni en su playa ni en su libro ni en cualquiera de los libros todos ni en toda la magnífica extensión de las infinitas playas falsas.



(2009)