domingo, septiembre 17, 2006

La marisma




Qué es este vaho irruyente, súbito percutor.

Estoy sintiendo una gota en la pierna, el pantalón está seco, pero insiste inexorable la sensación de que ese punto sigue mojado.

Me rasco.

Me froto.

No se quita. No se quita.

Evalué algunas posibilidades, medité sobre qué medidas tomar para deshacerme de esta picadura de agua. Creí por instantes que simplemente sería capaz de obviar, constantemente, tan insignificante fastidio.
Pero no, por supuesto.
Aunque a ratos podía desprenderme del presidio del punto mojado, su presencia me era enrostrada sin cesar a través de múltiples símbolos en cualquiera fuese el ambiente.
-Humores hay en todas partes-.
Pensé, luego, que en estos casos se realiza exhaustivos exámenes y se ensaya distintas terapias para poder acabar con la molestia.

Intenté primero con un paño húmedo, luego calado, si no borrar (intención primaria) al menos equiparar la percepción acuosa en el resto de la extremidad. Usé agua, alcohol, cloro, detergentes, grasa, el zumo de una vulva y otros, así dichos, místicos elíxires.

Me percaté de que, por rápido que raspara sobre la piel, no sentía el calor de la fricción. La abselafesia del hollejo me permitió lavar con fuego la región aparentemente empapada. Pero la tez ardía, el agua y la percepción no.

Desollé ese maldito punto, y lo mojado seguía impertérrito llevando su peste una capa más abajo.
Si eliminaba las porciones de mi cuerpo impregnadas, la sensación se movía automáticamente a las carnes más cercanas a la herida. Habría terminado arrancándome toda la molla si obstinado seguía rebanando con el cuchillo.

El líquido que sentía ni siquiera cambiaba de temperatura o ampliaba su área de agobio. Me jorobaba sin mutar y la monotonía de su hostigamiento me exasperaba aún más. Si traté inclusive de pasarle el martirio a otros de piernas más gruesas, pero prefería quedarse en mí.

Me sumergí en muchas aguas tratando de homogeneizar el estado dérmico, pero se trataba de una impresión diferente, de una humedad diferente.
La mancha me decía estaba yo bajo el aire todo el tiempo: en realidad sentía todo el resto del cuerpo seco, los adentros mustios, siendo el húmido punto incorregible el último bastión de las energías mozas, anegado de fluidos vivos.

Ahí cuando ya se desprendía, pasé a ser cautor de gotas y mis manos de pronto no tuvieron agujeros. Conseguí quedármela para cultivarla, allí de nuevo, cerca de la rodilla.

Y cómo cambió su significado desde esta tortura belicosa de guerra de trincheras, de piel en toma, hasta ser una fiesta sensitiva en un lago de interminables recursos hídricos, rodeado del pellejo de mi muslo.

La antes llaga se fue expandiendo ahora, colonizando los áridos dominios.
Ahora tengo un punto, en un brazo, que siento seco.

Y ése sí que no lo sé quitar.


(2006)

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Cuándo algo ? Espero con ansias. No creo que la sequía haya durado tanto.

yo.

6:19 p. m.  

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