domingo, agosto 20, 2006

Todas ellas




Se la conocería algún día
como la actriz por antonomasia.

Desde pequeña gustaba de jugar en esos pantanos circenses.
Una de ellas corría alrededor,
otra pintaba lo que quedaba no cubierto de las paredes
y una describía las formas de la roca esculpida.

La actriz permanente se mimetizaba con las carnes que,
se decía a sí, aprisionaban el total del yo suyo.
Podía hacer una representación externa de sí,
que interactuaba con quien se cruzara:
solamente salía otro artista a escena.

Fue entonces que se obsesionó por la gama de comportamientos humanos,
ante cuya presencia se apegaba a través de arquetipos.
Había sido capaz alguna vez de augurar un pangeísmo visual
solventado por sus imaginarias ansias de invertarse habilidades,
y miren que ahí en el nuevo auge del tablado
es que pudo volver a las divisas transadas hace ya tanto,
donde volvió a esa calma compasiva de la infancia
que le permitió pararse sola en el gran panteón,
de abrasadera la melancolía que aquellas paredes le provocaban.

Hacía mucho que el cementerio iba a ser sepultado
bajo una gran lápida que cubriera todo,
como tratando de resumir los decesos acaecidos
sobre la tierra deseosa de renovarse,
que los llamó bajo ella cantando en versos visuales,
cuyas víctimas no imaginaban tan adictivos
como los sonidos porque aquí no importa el aire para ser testigo,
solamente es grasa para los rodamientos
que sujetan el par de balas esponjosas,
unas gotas de sudor para que apenas resbalen los cueros.

Ellas hubieron de sacar el musgo
que hacía posesión de superficies caprichosas,
en la blandura de los años es que barrían sus cimientos,
ayudando una tras otra las fisuras de los labios
de aquella boca de piedra que las hubo albergado.

Así es como fue que no le tuvo que caer sobre esas arenas
y subsistió a base de compañeras menos excelsas,
que los morbosos asistentes desenterraron hasta la raíz,
algunos huesos volteados terminaron de murallas o atriles
para que muchas humanidades tuvieran donde tumbarse.

Le costaba a la actriz permanente comportarse diariamente,
ensayos cotidianos se debían a una de unicidad fobia,
histrionismos del ser le robaban los ademanes hasta en sueños.
Hubo de tapizar con tablas varias veces todo terreno, todo plano,
hasta los prados frondosos donde las manos le impulsaban
en giros siempre infantes.

Tramaba entidades que movía con destreza.
Todas de niña, todas de vieja, ninguna de entre medio.
Pisó fuerte el enlosado, no creó eco, pues ya había:
el tamaño de las pisadas era el mismo de hace veinte,
el mismo resueno de antes aunque matizado, algo más bajo,
por risillas subterráneas y los nativos que merodeaban.

Debutó cuando ya hasta las bestias se encaramaban
a apreciar ficciones construidas, o ficticias construcciones.
Creía haberse encontrado alguna vez con la hiena acorazada,
un grifo coronado a quien nada le sacaba
y ya aburrida de entonaciones, de aplausos mal tocados,
quiso ser todas de una vez para atraer al malherido.

Pero los hilos de clandestina se los vio como fierros baratos
que incriminaban a las yemas
sobre y dentro del abanico de guerreros,
la testudo de jugadoras,
bajo ellas la nodriza y con todas estuvo él,
con directivas y violadas reglas del momento,
encabritado derrochó hasta los últimos rugidos.

Y que este es otro tiempo, se debate ya penígera,
hasta se desdibuja pues sin cables le crean ella y concubinas,
algunos machos, muchas más hembras.
Fantasea sin saber, sobre la tumba de la fiera,
que agazapada de atrás de la cama, bajo las sábanas,
le embistió la cordura.
O fuera todas o ninguna, él sí le daba,
es decir no la entumecía.

Se presentó toda al público,
también toda a más analistas.
No reconocieron ni el cosquilleo de la planta de las manos,
la cuña de las bases, o las esporas dispositivas
que hacia la cripta descendían para deleite de nasos.

Es que de eso se reía y no de vano el carruaje,
más bien el pasajero prevenido sobre la caja con ruedas,
ella que jamás quiso salir,
sino que le acompañaran allá adentro.
Aún no sabe si baja ella, o salen ambos a pasaje,
al escenario dubitativo o a la mezcla de identidades,
al anonimato ante más anónimos o la crecida de torrentes,
sanguíneos y espasmódicos y sin pelaje.
Confusión en las mitades comunicadas,
las demás se las bombardeaba con personajes
y con fichas sobre cuadriculados tableros,
y sobre cuadriculadas repisas hicieron un redondo,
se anularon sus gravedades,
la atracción era otra,
adhesivo cada gesto,
cada cántico, cada esbirro.
Se arrojaron la niñez, se prestaron ropa,
es el telón quien los espera,
no quieren ya salir, de tan recíproco ensamble.

Lo que no calzaba más belleza,
dio toques a la condimentada obra;
lo que sí calzaba más belleza hizo,
de una obra, una simbiosis.

Se interpreta ahora a sí,
a todas, todas ellas.


(2006)